Los burros y las hormigas: la política social y el Sistema Nacional de Cuidados

Compartimos las aportaciones de Pedro Celiméndiz a la Mesa Redonda que organizó on-line el Consejo General de Trabajo Social sobre el Sistema de Cuidados. Lo publicamos ahora en nuestra web porque, aunque es de diciembre 2020, nos parece muy interesante e ilustrativo y que sigue plenamente vigente en el momento actual.

APORTACIONES MESA REDONDA CGTS

SOBRE EL SISTEMA DE CUIDADOS

15-12-2020

Pedro Celiméndiz, Trabajador Social

 

Los burros y las hormigas: la política social y el Sistema Nacional de Cuidados

Esta reflexión pretende tres cosas: (si consigo una sólo ya iremos bien)

                – Por un lado encuadrar el Sistema de Cuidados, (eso que ahora se está comenzando a llamar así), dentro del conjunto de la Política Social.

                – Exponer y desarrollar alguna hipótesis de las razones por las que surge ahora esta nueva política en torno a los cuidados

                – Y para finalizar, os voy a contar mis reflexiones sobre las dificultades que creo que tiene el encaje de esta política con el resto de políticas que conforman la Política Social en su conjunto.

 

El contexto

La política social en nuestro país, probablemente debido a nuestros déficits democráticos históricos, es bastante confusa, insuficiente y desordenada. Prueba de ello es que, por ejemplo, hay grandes derechos constitucionales absolutamente olvidados, como el derecho a la vivienda o que convivimos desde hace décadas con unas tasas de pobreza incoherentes con la capacidad productiva y económica del país. Según todos los índices somos un país vergonzosamente desigual.

En este marco de insuficiencia, la política social se ha desarrollado con dos sistemas bastante consolidados, como los de Educación y el Sanitario, que aunque tienen tensiones presupuestarias y áreas insuficientemente dotadas, están claramente identificados y definidos en cuanto a objeto, estructura y medios.

Hay otro sistema, el de Pensiones o Seguridad Social, construido para garantizar la subsistencia de las personas cuando dejan de ser productivas (vejez o incapacidad, básicamente). En ese sentido, no constituye un Sistema de Garantía de Ingresos para toda la población. Hasta ahora la garantía de ingresos, la subsistencia, se ha considerado más una política transversal a toda la política social que constitutiva de un Sistema propio. Las políticas de empleo, de servicios sociales y otras en menor medida también desarrollan esta función de garantizar ingresos para vivir.

El Ingreso Mínimo Vital pareció que podría ser un primer paso para reconvertir ese Sistema de Pensiones o de Seguridad Social hacia un Sistema de Garantía Universal de Ingresos,  pero las resistencias para conseguirlo están siendo importantes. Prueba de ello ha sido el fracaso en el diseño (más parecido a una insuficiente y burocratizada renta mínima condicionada que a otra cosa) y en su implementación (una auténtica descoordinación con las Rentas Autonómicas y una insuficiente población destinataria conseguida).

Ello ha hecho que la caridad, la filantropía y la beneficencia hayan tomado de nuevo un papel protagonista, constituyendo la principal red de amortiguación de las necesidades más básicas de la población. A esta tarea de amortiguación se han dedicado también los recursos del Sistema de Servicios Sociales, cada vez más posicionados en la función de atender la pobreza incrementando su vertiente asistencial.

De este modo, el Sistema de Garantía de Ingresos se sustenta entre ese Sistema de Pensiones, las prestaciones asistenciales del Sistema de Servicios Sociales y una fuerte presencia de las entidades sociales y filantrópicas. Es un modelo que, en la práctica, goza de un fuerte consenso entre políticos, técnicos y ciudadanía, con grandes intereses para que siga así.

Pero volviendo al diseño de la Política Social, por otro lado tenemos los Sistemas de Vivienda y Empleo, con unas políticas dispersas, descoordinadas e insuficientes que, ni de lejos protegen lo que si  constituyeran verdaderos Sistemas Públicos de Protección Social tendrían como objeto: garantizar el empleo y la vivienda.

Y para finalizar tenemos el Sistema de Servicios Sociales, empujado cada vez hacia su vertiente asistencial, una deriva imparable en los últimos años que ha configurado el objeto del sistema en dos grandes áreas: atención integral de la pobreza (garantía de ingresos, vivienda, integración laboral…) y asistencia a personas dependientes (a través de un supuesto Sistema de Atencion a la Dependencia -de promoción de la autonomía, ya si eso, hablamos otro día- que ha terminado incluido con calzador en el Sistema de Servicios Sociales -lo de politica intersectorial sociosanitaria también lo dejamos para ese día que nos pongamos a hablar-).

Podemos por tanto representar la política social como una hormiga de seis patas, de esta manera:

 

Seguro que no se sorprenden vds.de las dificultades de este pobre animal para llegar a algún sitio.

 

El modelo representado es una licencia que pretende señalar y redefinir en una nueva dirección la política social. Porque en realidad el modelo actualmente en desarrollo no tiene seis patas, sino cuatro.

Se asemejaría más a un burro. Sus patas delanteras estarían constituidas por los dos sistemas definidos que estamos señalando, aún con sus problemas: el de Sanidad y el de Educación.

Una pata trasera dedicada a la Seguridad Social y Pensiones  y una cuarta pata dedicada a todo lo demás. El 4º Pilar del Estado del Bienestar: los Servicios Sociales.

Este cuarto pilar, o mejor la cuarta pata de nuestro burro, tendría que asumir todo lo que los demás Sistemas no quieren, no pueden o no saben hacer. Garantizar la subsistencia, vivienda y empleo, así como el acceso a los sistemas de educación y sanidad para toda la población.

Un encargo imposible, obviamente, pues haría cargar a nuestro burro con una pata tan pesada que dificilmente andaría.

Si la cuarta pata tiene que asumir el resto de áreas de la política social y lo que todas dejan de hacer, el burro dificilmente andará.

La solución hasta ahora ha sido sencilla. Se garantiza todos esos elementos, pero sólo para una parte de la población: los pobres. Así, a diferencia de los Sistemas de Educación y de Sanidad, que son universales y dirigidos por tanto a cualquier nivel de población, el Sistema de Servicios Sociales se configura sólo para un sector concreto de la misma: los pobres, diseñando políticas parcializadas para este sector.

El configurar como algo identitario del Sistema de Servicios Sociales a los pobres tiene muchas ventajas para el resto de Sistemas, que pueden desarrollar sus políticas sin tener en cuenta a este sector de población o al menos, sin tener que garantizar el acceso de éstos a sus servicios en igualdad de condiciones con otros sectores. El elemento corrector que suponen así los Servicios Sociales permite la desresponsabilización del resto de Sistemas.

Y tiene también unos fuertes efectos ideológicos. Unos tienen que ver con los estigmas asociados a la pobreza, que hacen que las políticas dirigidas a los mismos carezcan de importancia o interés. Para algunos,  los pobres no son merecedores de derechos, al fin y al cabo son vagos e indolentes y para compadecerles y ocuparse de ellos ya está la caridad o la filantropía. Para otros, las políticas para pobres son la prueba de la injusticia social, la cual se restaura con grandes reformas económicas y fiscales, que hacen innecesarias las primeras. Los Servicios Sociales son algo coyuntural y prescindible, que no merece la pena desarrollar.

De esta manera, se produce el fenómeno que llevamos décadas presenciando: la invisibilización de los Servicios Sociales. Un Sistema en el que nadie cree. Así comenzaron a proliferar diversas denominaciones que pretendían ocultar y ningunear el Sistema.

Así, en el modelo del burro, surge el problema de la denominación de esa “hipercuarta pata”. La primera solución fue denominarla como el 4º pilar del Estado de Bienestar, pero ello suponía una referencia a los Servicios Sociales, que se consideraba reduccionista y era lo que se pretendía evitar.

Surge así la denominación de Derechos Sociales, con la que poco a poco fueron sustituyéndose las referencias a Servicios Sociales y generando una gran confusión con la que se invisibilizaba a los mismos al tiempo que se profundizaba en el carácter residual, indefinido y  globalista de esta “cuarta pata”. Confundiendo la parte con el todo, sustituir las políticas de servicios sociales por las de derechos sociales no tenía sentido. ¿Acaso la Educación o la Sanidad no son Derechos Sociales? Si es así, ¿porqué no se incluyen en esa cuarta pata?. Si no lo son ¿a qué derechos sociales se refiere? ¿A los Servicios Sociales para los pobres? ¿Al derecho a la vivienda o el empleo?

Añadamos a esto que se comenzaron a definir a los Servicios Sociales como el Sistema que tenía como objeto garantizar los derechos sociales y ya tenemos la confusión multiplicada. Ello implica que los Servicios Sociales no tienen identidad propia, ni bienes u objetos a proteger. Deben asumir el papel residual de garantizar el acceso a los bienes de los demás sistemas. Por tanto, ni siquiera son un derecho social en sí mismos.

Como vemos, aunque eso de “derechos sociales” para referirse a esta parte de la política social pudo sonar innovador y moderno, es tal la incongruencia y confusión que introdujo que comienzan a surgir otras para referirse a esa cuarta pata.

Si Derechos Sociales deja sin contenido propio a los Servicios Sociales, ¿cuál es el objeto propio de éstos?.

Llegamos así al famoso Sistema Nacional de Cuidados. Para resolver las contradicciones citadas y la incomodidad de  tener un Sistema de Servicios Sociales sin objeto propio, algunos están proponiendo que sean los cuidados. Los Servicios Sociales se convierten en el Sistema de Cuidados, en un alarde prestidigitador que hace desaparecer los problemas de definición del sistema y le dota de un objeto propio: cuidar.

Se está estableciendo, digamoslo así, una especie de lucha por ocupar esa cuarta pata del burro y están surgiendo dos grandes voces. Quienes plantean que debe hacerse en torno a la CONVIVENCIA y quien plantea que debe hacerse en torno a los CUIDADOS.

Ambas orientaciones comparten el mismo problema: se diseñan en torno a una política social de cuatro patas, en la que es difícil compatibilizar dotar a esta última de un contenido propio y además hacer que asuma el encargo residual de las áreas de la política social que quedan excluidas del modelo y de los déficits de las que sí lo están.

Pero más allá de eso, el planteamiento sobre los cuidados tiene una ventaja innegable. Es fiel a la tradición y deriva asistencialista del Sistema de Servicios Sociales, por lo cual tiene un elevado porcentaje de que se termine imponiendo.

  • -Ahora bien… ¿cuidar, qué?
  • -Pues a quien necesita cuidados, claro.
  • -¿Y quien son?
  • -Pues basicamente los que no pueden valerse por sí mismos: los menores de 3 años y los dependientes por edad o discapacidad.
  • -¿Y cómo hay que hacerlo?
  • -Es obvio. Servicios y prestaciones asistenciales con el objetivo de crear empleo y permitir que las familias se liberen de la carga de los cuidados, lo cual permite la conciliación familiar y sobre todo, luchar contra la feminización de los mismos, permitiendo un mejor desarrollo de la mujer.

Y esos son los Servicios Sociales que nos vienen, con un objeto y unos objetivos bastante claros y definidos, que resuelven  las contradicciones actuales del Sistema.

Un final feliz si no fuera porque obvia algunas realidades.

  • Que los cuidados son algo transversal a todos los Sistemas Públicos de Protección Social (en este mundo al revés que hemos diseñado en la política social lo que debería ser sistémico -la garantía de ingresos- la consideramos una política transversal o, al menos, intersectorial y lo que debería ser transversal -los cuidados- lo desarrollamos mediante un Sistema).
  • Que dentro de la política social los aspectos relacionales y convivenciales son algo nuclear que con esta definición se dejan fuera de cualquier política. Se piensa que estos aspectos convivenciales se autoregularán por sí mismos en el marco de la sociedad civil, libres de intervenciones (injerencias) técnicas o políticas.
  • Que es necesario resolver los fuertes déficits estructurales del resto de áreas de la política social.

Por tanto, para resolver todo este conglomerado, yo propongo “bajarnos del burro” y volver a nuestra pequeña hormiga. Vamos a ver si somos capaces de hacerla andar un poco.

  • En primer lugar, curar las heridas de las patas delanteras, sanidad y educación, la aliviaría bastante.
  • Luego podríamos liberar de los nudos a la pata de la Seguridad Social, para que pueda desarrollar con suficiencia la política de garantía de ingresos para toda la población.
  • Los Servicios Sociales podemos dedicarlos a regular los aspectos convivenciales y relacionales, con una especial atención a la violencia en sus más variadas formas.
  • Desarrollemos de una vez por todas las patas de atrás, vivienda y empleo

Y además, vamos a proporcionar a nuestra hormiga algunas muletas:

  • Hagamos que todas las patas o sistemas sean universales, dirigidos (de modo proactivo) a toda la población, y no a partes de ella.
  • Consideremos los cuidados o la atención a la pobreza como políticas transversales a todas las áreas de la política social.
  • Estructuremos el Sistema de Atención a la Dependencia como una política intersectorial entre Servicios Sociales y Sanidad.

Nuestra hormiga quedaría así:

Y aquí termina la historia de los burros y las hormigas. Una metáfora para explicar la política social actual y proponer alguna salida a las encrucijadas en las que se encuentra, entre ellas, el Sistema Nacional de Cuidados.

                                                                               Al lado del Moncayo, diciembre de 2020

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